En medio del local, dos mesas de madera para compartir, una alta y otra baja, fomentan ese punto social tan buscado. Al fondo, otro guiño a la ciudad y a la esencia urbana de Fismuler: un grafiti auténtico de una finca colindante que un cristal integra en el restaurante. La cocina queda a la vista de todos pero, como sucede en Madrid, una de las mesas goza de vistas privilegiadas, la mesa de los curiosos. Y esto es porque Fismuler prescinde prácticamente de puertas para que el cliente viva su totalidad y que así el cumplimiento de las premisas que rigen Fismuler sea completo: sinceridad, honestidad y naturalidad, en plato y espacio, preceptos con los que han trabajado Arquitectura Invisible y Estudio Sireé, encargados del diseño del espacio.
La aparente sencillez de una cocina de vanguardia
Redruello, Zumárraga y Santianes llegan como artesanos de una cocina sin carta prefijada y un ojo –o los dos- puestos en la naturaleza que rodea. De ella se nutren a diario para cambiar la propuesta, para modificar platos, para reivindicar el producto en cada servicio. La cocina de Fismuler elogia el producto, eminentemente cercano, y lo trata con respeto y sencillez, en composiciones donde manda por encima de todo. Se presenta sin artificios y con mucha reflexión, explicando su porqué, contando su historia. Esta filosofía se ejemplifica en una carta breve, dinámica y cambiante por concepto, con platos a base de productos adquiridos por la mañana en el mercado o en la red de pequeños productores de proximidad en los que Santianes ha confiado para comer rico y sano.
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