La región de los Abruzos es una tierra que rebosa generosidad. Los gourmets lo notamos cuando visitamos sus restaurantes. Un sentimiento que percibimos de manera particularmente intensa...
Alicante, ciudad famosa por sus tabernas, incorpora a su elenco este gastrobar, en el que si bien se puede picar de pié incita a llevarlo a cabo cómodamente sentado. En realidad ofrece la posibilidad de comer de forma informal en un ambiente de diseño de la manera que apetezca y a un precio siempre arreglado, salvo que el descorche sea exagerado, ya que ofrece una tentadora bodega a elegir en la misma sala.
En el apartado “para picar y compartir” se encuentran propuestas tan sencillas como efectivas: pan de cristal con aceite y tomate, primorosa ensaladilla rusa denominada El Portal, parrillada de verduras con aceite de oliva y flores de sal, espárragos verdes de Aranjuez a la plancha, ortiguillas fritas courant, mollejas de lechal salteadas con ajos tiernos, sepionet a la plancha, etc. También convence plenamente el apartado de directos al paladar, en el que se encuentran los mariscos (quisquillas de Santa Pola, gambas de Denia, cigalas terciadas, espardeñas, navajas y mejillones, entre otras), las salazones alicantinas (huevas de atún y maruca, además de mojama), el jamón ibérico de bellota y la tabla de quesos del mundo. Y las creaciones tienen en muchos casos enjundia, sobre todo la clarividente Gilda de Joana, que no es sino la versión alicantina del pincho vasco, además de anchoa y guindilla aporta cebolleta encurtida, tomate seco y aceitunas; sublime. Otra audacia que sorprende por sofisticar sabores y productos del territorio: gazpacho de cerezas de la montaña con jengibre y huevas de atún. La tónica la repite Sergio una y otra vez siempre con un toque de autor: alas de pato confitadas con crema de all i pebre; una combinación suculentísima. Turrón de foie gras…siempre una imaginación asumible dulcificando los contrapuntos novedosos.
No suelen faltar un plato de cuchara y un arroz del día bien resueltos: a banda, negro, boletus y sepionet, mero con alcachofas y chantarella, bogavante…hasta un risotto. Especialmente brillantes dos pescados, tanto por la calidad de la materia prima como por la técnica de hechura: el inmaculado y jugoso lomo de bacalao confitado a baja temperatura en aceite de oliva con sus gulescos callos a la madrileña y una muy noble y tornasolada merluza en delicadísima tempura sobre un resultón salmorejo de tomates asados. Obligada la tosta de carne guisada con una auténtica y artesana salsa de tomate; no puede estar más rica. Y para terminar, el excelente surtido de quesos, si es que no se tomó antes, el browney de chocolate con crema helada de mango y la crema brûlée con sorbete de frutos rojos. El gin tonic resulta original y se bebe bien.
Todo con la garantía de uno de los chef más inquietos de la ciudad: Sergio Sierra.