Fidel Puig y Santiago Rebés han asentado, como no podía ser de otra manera, su magnífico proyecto de gastronomía posibilista. Hasta tal punto, que el restaurante está siempre lleno, doblando las mesas todas las mañanas. La explicación es bien...
Restaurante posibilista y versátil que compagina una voluntad de alta cocina de autor con una comida muy fácil y a buen precio. Todo es posible en esta casa, en la que se rinde pleitesía al comensal, que es quien decide que tipo de cocina quiere comer y cuanto gastar. Las formas son también funcionales y modernas, con distintos comedores y terraza en cada piso, muy acogedoras todas ellas, en una casa restaurada a dos pasos del Ayuntamiento. De los fogones se ocupa Jaime Seva, que heredada de su madre, Dolores Lozano “Lolita”´, la pasión por el oficio, al que secundan sus hermanos Roberto y José.
En la carta se encuentran platos tan populares como la oreja de cerdo, crujiente por fuera y gelatinosa en el centro, dispuesta en pequeños trozos picados, que se deposita sobre una cama de cebolla confitada y patata, perfumada con pimentón. ¿A quién no le gusta esta composición tan arraigada en nuestra memoria histórica a tenor de los elementos que la van vida? Esta tendencia gourmand, gulesca vuelve a quedar patente en una especia de “gran ravioli”, confeccionado con láminas de berenjena a la plancha, tras las que se esconde un relleno costumbrista de berenjena y carne picada, adornado con un crujiente de queso; muy sabroso. Las croquetas tienen enjundia, es el caso de las de curry y las de bacalao y espinacas, en verdad cremosas y dicharacheras. La terrina de foie gras se muestra delicada, rosácea y floral, engalanada sapidamente con una magnífica gelatina de cava, violeta y rosas, que le pone luz y color a un buen hígado graso. El erizo gratinado aparece un tanto desnaturalizado, el marisco desaparece en medio de la emulsión, queda como un suflé, sin que uno se lleve la carne a la boca. Muy fresco y fenomenalmente planchado el calamar de potera, de tres o cuatro bocados, que se presenta sobre un arroz de mariscos con habas. Con aires cosmopolitas el atún de balsa, en pedazos dorados por fuera y rojos en el centro, que aparecen levemente impregnados de soja y miel, acompañados muy refrescantemente por una ensalada de manzana y un sorbete de apio y lima. Cinco arroces habitualmente. Goza de gran predicamento el de pata de ternera, gelatinoso a más no poder, que cuenta con la presencia de chorizo, lo que acentúa su suculencia. Menos pantagruélico y muy efectivo el de sepionet con verduras. En ambos casos el grano sale cocido con precisión y suelto.
En fin, un restaurante con intenciones y con una espléndida relación calidad-precio en un ambiente y entorno que acompañan lo que determina su éxito.