Fidel Puig y Santiago Rebés han asentado, como no podía ser de otra manera, su magnífico proyecto de gastronomía posibilista. Hasta tal punto, que el restaurante está siempre lleno, doblando las mesas todas las mañanas. La explicación es bien...
Tras jubilarse el matrimonio formado por Alfredo Alonso y Concha Rodríguez, Concha Rodríguez y Alfredo Alonso, tanto monta, monta tanto, se han quedado al frente del negocio su hijo Alejandro y la tía de éste, hermana de Alfredo, Mari Luz Alonso. El relevo generacional no ha alterado lo esencial: el restaurante se mantiene fiel a su ser, a lo que siempre fue, a su definición de cocina gallega, de producto y de recetas legendarias, que han recuperado la nobleza y meticulosidad de sus mejores días.
Cuanto se espera de un gallego tradicional se encontrará aquí y con creces. Vamos, que las expectativas se cumplen. En consecuencia, se impone la mariscada, que en pocas mesas adquiere las dimensiones y la frescura que en esta casa, especialmente los manjares de procedencia gallega, como las ostras, descomunales, las mejores del país, por inmensidad de tamaño y de sabor a mar, ahogadoras, con piezas gigantes, en algunas ocasiones hasta de seis años. Igual podemos decir de las almejas, finas, carnosas, gigantes... otro de los estandartes que exige el festín; y de la centolla, majestuosa en todos los sentidos, tan buena como haya posibilitado la madre naturaleza, que es quien pone límites a las existencias y no la cartera del patrón, siempre dispuesta a soltar lo que haga falta. Al marisco y, luego, al pescado, que tiene en el rodaballo y la merluza, siempre a la gallega, con una soberbia ajada y unas patatas puras, suculentas y cremosas, que se codean con la manjarosidad de los peces, sus mayores glorias. O en plan más de guiso, la caldeirada. O la muy especial, la muy gastronómica lamprea a la bordelesa, de carnes suculentísimas y salsa aterciopelada en su sustanciosidad, que viene a ser como retozar salvajemente con una diosa de las cavernas. Al marisco, al pescado y, claro está, a lo típico, a los pimientos del Padrón; al lacón, un fiambre sabrosísimo; a las empanadas, especialmente buena la de bonito; al caldo gallego, ciertamente sustancioso; y al pulpo a feira, consistente, carnoso e intenso, aderezado con exquisito aceite, exquisita sal y exquisito pimentón, que enarbola a los cielos la bandera del género.
Percebes y camarones cocidos, cigalas a la plancha, huevos fritos con puré de patatas gallegas y trufas negras, alcachofas a la plancha con cecina, pochas con anguila, lomo de atún marinado y a la plancha con miel y mostaza, tartas de Santiago y castañas... son otras opciones que garantizan la gozada.