La región de los Abruzos es una tierra que rebosa generosidad. Los gourmets lo notamos cuando visitamos sus restaurantes. Un sentimiento que percibimos de manera particularmente intensa...
Daniel Rosé ha montado junto a un equipo joven un restaurante posibilista, un bistrot, en el que desarrolla una alta cocina asumible a unos precios muy interesantes, lo que le ha permitido un éxito significativo. El local siempre esta lleno. Platos tan asumibles como un pichón, de magnifica calidad, sonrosado, jugoso y mantequilloso, inmaculado, con cerezas, crema de avellanas y una perfecta demi glas, refinada y aligerada, cubriendo la porcelana. ¿A quién no le gusta esto? Una materia prima excelente en una impecable hechura y con unos realces asumibles y consumados. Esta es la tónica que se repite una y otra vez, como en los raviolis rellenos de corazón e hígado de pichón, nadando en un consomé de la propia ave, seguramente reforzado con vacuno y aromatizado con hierbas y especias, que convierten el conjunto en una perfecta ortodoxia. Las ostras, de dos clases, una cruda y otra empanada, con una vinagreta enriquecida con echalotes y ternera, además de la presencia de unos espárragos verdes cocidos al dente, es otro ejemplo de cómo actualizar y dar importancia a la tradición respetando las referencias históricas. Y esta tónica de cocina centrada y resolutiva, muy satisfactoria, se constata en los aperitivos y en los postres, en un impecable helado de miel, en unas fresas con cilantro y en un dulce de chocolate, o en unas rodajas de morcilla vasca con rúcola, ciertamente suculenta y gelatinosa, en una trucha apenas marinada tal cual o en una ensalada de pepino con su gelée, eneldo y trigo sarraceno. Lo volvemos a repetir, en un ambiente informal, una culinaria seria, tradicional renovada, dada empaque y ejecutada con precisión e ilusión. Todo cambia sin que cambie lo esencial.