"Elegía culinaria a un padre "

Antes de que ni siquiera existiera dentro del lenguaje cotidiano español la palabra gourmet y al cumplir mi mayoría de edad, mi padre -bon vivant donde los haya- me llevó como regalo iniciático a comer al restaurante Jockey de Madrid.

Allí, preguntó por Clodoaldo Cortés y se presentó como hermano de mi tío Agustín, el cual había estado aprendiendo y trabajando junto al Sr. Cortés en Centroeuropa a mediados del siglo pasado. Por supuesto, éste le reconoció y entre ambos me hicieron descubrir la alta gastronomía como el que no quiere la cosa y de forma inconsciente por mi parte.

Como pseudo-gourmet, he pasado de la ilusión del descubrimiento de la nouvelle cuisine y de las tres estrellas del Zalacaín, a su di-vulga-riza-ción y consecuente desencanto, haciéndome volver con el rabo entre las piernas a las cocinas autóctonas contundentes y a los sabores tradicionales.

Durante este largo recorrido he comido verdaderas bazofias y auténticas obras de arte gustativo.
Independientemente del estilo de cocina, he aprendido a valorar a los buenos camareros, sumilleres, maitres y principalmente a detectar la sensibilidad de los cocineros. Desde una merluza impecablemente fresca y hervida, servida en las mesas verdes de madera de la antigua Casa La Troya, hasta un caviar de manzana en El Bulli, pasando por hitos como una nefasta langosta thermidor en el desparecido Windows of The World de las Torres Gemelas

En todas y cada una de las experiencias adquiridas, he tenido un recuerdo hacia esa persona que me llevó por primera vez a un privado en el Jockey y que me hizo probar un Marqués de Riscal entre bocado y bocado de solomillo de venado, casi a la fuerza.

Ahora que mi padre ha bajado el listón a los setenta y muchos y que se conforma con ciertas calidades , soy yo el que le está haciendo descubrir la cocina de estos últimos años y los vinos que sacan de los Arribes del Duero. Es lo menos que puedo hacer por el.

La historía es cíclica incluso entre familias gourmets y espero que mi hijo me enseñe cuando yo pierda la apetencia de descubrimientos.

Un saludo

Jaime Ignacio Jiménez Sánchez
Pozuelo de Alarcón (Madrid)