Arola

Soy especialista en despellejar cocineros, francamente, se me da bien. En ocasiones durante las sobremesas interminables, casi siempre hartos de gin tonics, los colegas de profesión arremetemos unos contra los otros, como si de una cobarde guerra (nunca el enemigo está delante para defenderse) se tratase: éste no sabe cocinar, aquél no ha cogido una sartén en su vida; el otro conduce un Porsche Cayenne o se ha comprado un pantalón de mil euros... son algunos de los comentarios que afloran; mezclamos alocadamente el tema profesional con personal, y al revés.
Es muy fácil al segundo gin tonic despotricar: “es que no aparece por la cocina”. Me viene entonces a la memoria la frase genial del venerable chef galo, Alain Ducasse, que contestaba, cuando algún periodista le hacía la pregunta del denario del Cesar, tratando de sorprenderle :
- ¿Quién cocina cuando usted no está?
- Pues, el mismo que cuando estoy- respondía sin dudarlo.

Siendo muy joven me juramenté para que jamás (¡jamás!) nadie ni nada me inocularan el vocablo emponzoñado de la... permítanme que no le pronuncie. Mis sanos colegas le sustituyen por el eufemismo de :“deporte nacional”, o “tristeza por el bien ajeno”. Desde mi juramento he cumplido a rajatabla el precepto, sólo una vez, tan sólo una vez, me salté el principio fundamental. Fue cuando vi aparecer en la televisión a mi amigo, Sergi Arola, entrevistando nada más y nada menos que a Catherine Zeta-Jones, aquel día cortocircuitó mi empatía hacía él. Me quede embobado frente a la caja tonta con la misma cara de baboso que los detectives que interrogaron a Sharon Stone en “Instinto Básico”. Nunca hasta entonces, ni cuando apareció semidesnudo (sólo cubierto por un pez San Pedro a modo de taparrabos- Bocusse no tuvo ningún pudor al subirse en pelotas a un elefante para otro medio de comunicación) a toda página en un magazine dominical ; ni cuando le escucho habitualmente en programas de radio y televisión, (incluso opinando –¡Qué escándalo, Un Cocinero hablando sobre otra cosa que no sea cocina!- del conflicto judeo-palestino); ni siquiera cuando apareció en el ranking de los españoles más influyentes de este país... Siempre he tenido un prurito de admiración hacia él, sobre todo por su natural capacidad para transitar en los círculos mediáticos; y, aunque en alguna curva haya derrapado (Hell Cocking) y, como el boxeador nockeado, se haya levantado en el primer segundo de la cuenta de protección, apretando los dientes, con la fiereza de un jabalí herido para reinventarse. Ahora en su ambicioso proyecto “Sergi Arola Gastro”, con la maquinaria engrasada, la bendición de Michelín y la sonrisa de Sara, espero que no me haga de pecar (aunque me temo que sí) contra el sexto pecado capital.
Aparte de esto, me gusta su actitud madrileñista, a veces chulesca, descarada, desafiante y de cañi fino. Vamos, que si no llega a ser porque mi madre me parió en el interior de un taxi en marcha a mitad del paseo de la Castellana, o por el “Neng” que a veces sale de su boca, pensaría que es más del foro que yo.
Porque decir Sergi en Madrid, es como abrir las ventanas y que entre aire fresco. Ya casi nadie se acuerda de la primitiva Broche de doctor Fleming, donde regateaba y cintaba entre pucheros y sartenes marcando goles en una mini-cocina de quince metros cuadrados, acallando a los pesos pesados de la crítica gastronómica.
Por eso, cuando algún osado a partir del segundo gin tonic, miente su nombre en vano, me levantaré ipso facto con el dedo índice pegado a mis labios (¿recuerdan la vez que Raúl González, en Can BarÇa, recorrió la banda de esta manera) y le susurraré al oído: “Un respeto.”

Vaya este panegírico por ti, Sergi y Sara, Sara y Sergi.