El cerdo ignora que lo van a matar

Cuando van a matar al cerdo, chilla camino del cadalso e intenta huir. Existe la creencia de que sabe que lo conducen a la muerte. Esta opinión no tiene fundamento científico, cultural ni psicológico. El cerdo no sabe adónde lo conducen porque es imposible que lo sepa.
Tanto es así, que aunque lo trasladasen a otro espacio más confortable, a un chalet de 300 metros cuadrados, con piscina y tres cuartos de baño (ha habido casos; léase En alabanza del puerco, de Agustín de Rojas), seguiría gritando.
Ignora su destino porque no ha presenciado jamás el degüello de otros compañeros y por tanto carece de referencias y de memoria histórica, pues no se conoce ningún libro escrito por cerdos que narren cuál es el destino final de su especie, entre otras razones porque este animal doméstico (el más antiguo, junto con el perro) no sabe leer ni escribir.
Si el cerdo chilla cuando le obligan a salir de su hábitat es porque procede mayoritariamente del jabalí europeo (salvaje) y por tanto todavía conserva en sus genes algo de la fiereza de su antepasado. No le gusta, pues, que lo manoseen ni que le obliguen a ir de un lado para otro.
Su furia genética fue útil en la Antigüedad para ejercer de guardián de rebaños de ovejas, e incluso fue utilizado como animal de tiro y también para levantar piezas de caza. El cerdo no es esclavo del sexo. El celo sólo le dura entre 36 y 48 horas, y no tiene mucho donde elegir. Todas las hembras de la piara tienen la misma belleza física que los machos: ninguna.
Jovellanos, el gran ilustrado, humanista y renovador, que se murió en 1811 casi de asco y harto de la mediocridad de las clases dirigentes, dijo del cerdo: “¿Existe otro animal que nos dé tanto?”.