Médico

En mi calidad de italiano amante de la cocina, soy muy respetuoso de la labor de los restaurantes et de los cocineros y soy perfectamente consciente de que cualquier persona puede experimentar una cena desastrosa en cualquier sitio. Pero lo que me ocurrió a mí en el restaurante LEI MUSCARDINS del centro de Saint-Tropez (une estrella Michelín) el 6 de septiembre es digno de mencionar. Una parte de la gastronomía francesa está convencida de que posee una especie de superioridad divina, pero en las últimas décadas las cosas han cambiado. Alguien se lo tendría que explicar a los inspectores franceses de la Michelín y a algunas casas galas como la de LEI MUSCARDINS, en que me encontré con vasos sucios, un servicio confuso hasta un punto impensable (una mesa de cinco norteamericanos, asqueados, incluso dejaron su cena) y un sumiller capaz de poner mi botella en un alféizar y que se mostró extremadamente molesto por cualquier consulta. Hay decenas de cocineros y de propietarios de restaurantes de toda Europa que luchan por ascender en esa maldita escala de estrellas. ¿No sería posible tener el mismo criterio haciendo caso omiso de la nación o de la ciudad en que trabajan? O es que estoy soñando? Grazzie per l'ospitalità.

Marco Villa
Italia