Diego Rodríguez Rey

In vino méntiras

Wine Spectator –para el que no lo sepa- es la revista más insigne, como su nombre indica, directamente relacionada con el mundo del vino de publicación en EEUU. Magníficas fotografías, perfecta maquetación y ranking de vinos. Échense a temblar.
La revista instituyó hace años unos premios a las mejores cartas de vinos del mundo, recompensando con distintos galardones (awards) a los restaurantes que se presenten. Persiguiendo con las categorías algo parecido al “criterio de la Michelín” para otorgar una, dos o tres estrellas.
Las bases son fáciles: rellenar un formulario, mandar una carta de vinos, y pagar 250 leuros del ala.
Con todas estas premisas un crítico de vinos – de nombre Robin Goldstein- creó una web de un restaurante de Milán: “Ostreria L´intrepido” (¡ojo con el nombre!) y mandó los requisitos a la revista americana.
A la hora de otorgar los galardones la revista recompensó al restaurante italiano con un “Awards of Excellence”. La guasa de esta recompensa reside en que dicho restaurante sólamente existe en el mundo virtual; y, que además, el intrépido crítico le había colado al jurado unos errores en la carta de esos que se llaman de libro: ahora mismo no recuerdo; pero eran algo así como incluir el Tio Pepe en la D.O Ribera del Duero.

Cuento esto porque conozco algún bodeguero que vendería su alma al diablo si su vino apareciera en lo más alto del podium de alguna de las “prestigiosas listas” que se publican; y, desde ese momento poder duplicar, triplicar o... el precio de su creación sin remordimiento de conciencia; y así, poder emborracharse de legítima vanagloria.
Antes de que existieran las listas de los mejores vinos y champagnes (¿el champagne es vino?) la tendencia la marcaba James Bond y créanme que uno se podía fiar de las elecciones del agente secreto con licencia para beber: Mouton-Rothschild , Dom Perignon del 55, Bollinger... y así, hasta que Daniel Craig se prostituyó consintiendo ser la imagen de “Coca Cola Zero”. Tiene cojones; si levantara la cabeza Ian Fleming. Corren tiempos de sensatez en los que hemos conseguido que desaparezcan de los restaurantes los absurdos calendarios de Rioja con la calificación de las añadas, y los clientes ya no piden aquello de “un rosadito que va con todo...”
Los buenos bebedores saben que elaborar un vino que sobrepase los 100 euros de coste es un sinsentido especulativo que los snobs han estado alimentando este tiempo atrás; y que, ni tan siquiera, pisando la uva Cristiano Ronaldo, o extrayéndole el corcho de la cabeza a algunos de los políticos de este país se debería pagar esa cifra; y, que, el gurú mundial de los vinos- ¡que digo mundial: universal!- , con apellido de pluma estilográfica, confeccione su listado de caldos (otra palabra que hemos arrebatado a los cocineros: “algo es algo...”) excelsos degustándolos al lado de la chimenea y en compañía de no sé cuantos perros que ventosean cuescos, no le alteren –según él- lo más mínimo la cata. ¡Qué prodigio de nariz!
Por eso, siempre estaré del lado del maestro segoviano, Candido, que cuando le acorralaban para querer entrever su posición política. Él, sabiamente sabía salir del paso respondiendo con la incorrección de la época: “ política para políticos, mujeres a ratos y vino a todas horas.” Sin decir ni marca, ni puntuación del caldo. Toma ya.
Ahora, que se prepare el capullo me inquiera en próximas ocasiones para que le diga cual creo que es en mi opinión la lista más fiable. Le contestaré sin dudarlo: la de Schindler. Tontolhaba.
 

Tags: