De modelos, usos y costumbres

Anda un tanto revuelta últimamente la sociedad guipuzcoana –tal vez también algunas otras- como consecuencia de un asunto social de cierta enjundia.
De un tiempo a esta parte y creo que promovidos por la Diputación Foral, se han puesto en marcha, en diferentes puntos del territorio, una serie de pisos de acogida en los que se intenta que jóvenes inmigrantes con dificultades para adaptarse al medio, puedan encontrar un lugar desde el que iniciar una nueva vida.
Pero lo que está sucediendo es que algunos de ellos –seguro que sólo algunos- no sólo no inician una nueva vida, sino que, de hecho, dedican buena parte de ella a cometer toda suerte de tropelías, como atracar a transeúntes, provocar incendios en las propias casas, etc.
El caso es que, el otro día, en el autobús, dos jóvenes de unos veintitantos años, chico y chica, iban, muy cerca de mí, hablando del asunto en cuestión.
Resumiendo en cuatro palabras el contenido de su conversación, ella explicaba que estos chicos, al ser menores de edad, cuando eran detenidos salían en libertad inmediatamente y que, claro, el tema no era fácil de resolver.
Por su parte él, después de varios minutos de charla, llegó a una conclusión definitiva sentenciando: “yo, lo que haría, es inventarme una nueva ley con lo que cambiaría esta situación inmediatamente”.
Por estos derroteros deambulaba la tertulia de mis compañeros de viaje cuando, al escuchar tan contundente sentencia, súbitamente y sin saber muy bien por qué, empecé a pensar en el mundo de la gastronomía y me pregunté ¿Acaso alguien estaría dispuesto a “inventarse una nueva ley” que cambiara sustancialmente los usos, costumbres y modelos gastronómicos de hoy?
Dicho en otras palabras ¿Cabría pensar, hoy por hoy, en un chaval que quisiera ser cocinero y que, por ejemplo, en vez de aspirar a ser una estrella, quisiera ser, por ejemplo, como tantos y tantos profesionales, casi anónimos, que empeñan su vida en dar de comer bien a la gente sin más aspiraciones que las derivadas de vivir de su trabajo dando alegrías a sus clientes día a día?
O ¿Cabría pensar en alguien que eligiera, por ejemplo, una copa de un buen vino rechazando, para ello, otra de alguno de los grandes mitos de la moda vitivinícola?
O, incluso ¿Cabría pensar en alguien que prefiriera, por ejemplo, un buen y humilde mejillón, en vez de un enorme langostino congelado, eso sí, aderezado con todas esas mentiras gastronómicas tan arraigadas de un tiempo a esta parte en algunos lugares de moda?
Y, cuando me iba a hacer la siguiente pregunta, el autobús llegó a la parada más próxima a la oficina, o sea a mi parada. Y, francamente, menos mal, porque con lo mal que se me da eso de pensar y con la de idioteces que se me pueden ocurrir mientras voy de casa al trabajo en autobús…