No coma con ellos

Que una comida sea memorable, redonda, no depende sólo de la calidad de los platos que la componen; hay una serie de factores 'externos' de gran importancia para con seguir, o no, esa sensación de plenitud: el entorno, el ambiente, el servicio, la compañía, la conversación...
Todos los autores que se han ocupado de este último factor, la conversación, coinciden en que hay que evitar cuidadosamente hablar de asuntos religiosos o políticos, salvo que previamente sepamos que todos los comensales están de acuerdo y respiran de modo parecido. Hoy quizá haya que añadir a esos dos temas tabú el del fútbol, capaz de desatar pasiones nada benéficas para la digestión.
Es curioso que, en el XIX, no se considerase adecuado hablar de la comida en la comida, ni de la que se tenía delante ni de otras. Hoy no se tiene por mala educación hacerlo, y la alabanza de lo comido y quien lo preparó se ve, además, casi imprescindible.
Y aquí aparece el primero de los tipos de comensal que conviene evitar cuidadosamente. Se trata del que llamaremos 'nostálgico'. Está con nosotros, en la misma mesa, comiendo lo mismo... pero no está allí: está en múltiples comidas pretéritas, que nos cuenta con pelos y señales, y es incapaz de elogiar un plato sin compararlo, a la baja, con otro similar que comió en otro momento y en otro lugar y que ése sí que era una maravilla. Insoportable.
Está luego el autoproclamado gourmet. Huyan de él como de la peste. Les amargará la comida a fuerza de ponerle pegas a todo, d/e demostrar -es/o cree él- sus conocimientos en la materia. Entienden que el nivel de exigencia de un gourmet ha de ser elevado, en lo que bien pueden tener razón; pero creen que hay que demostrar ese nivel de exigencia verbalmente, poniendo todo a caer de un burro.
Cuando se combinan los dos especímenes anteriores, está más que justificado apelar a una disculpa cualquiera y no aparecer en el restaurante: que se aburran ellos solos. Existe la variante del gran entendido en vinos, capaz de arruinar cualquiera. Es el típico individuo que confunde un restaurante con una mesa de cata, y que comenta defectos que a los demás comensales les traen bastante al fresco; es de los que dicen "este vino está bien, pero... le falta botella". Todos los hasta ahora citados son miembros destacados de la cofradía del 'pero'.
Un verdadero gourmet, un entendido en vinos, no abrumará a sus compañeros de mesa con semejantes opiniones: disfrutará lo que pueda y, si encuentra, que encontrará casi siempre, algún pequeño fallo, se guardará muy mucho de comentarlo en voz alta. De verdad, se puede comer muy a gusto con la mayoría de los críticos gastronómicos, que no suelen ser aficionados a dar lecciones gratis. Otra cosa es comer con uno de esos ciudadanos que por el hecho de participar en un blog ya se cree el decano de la crítica, o poco menos.
Tan temible como cualquiera de los anteriores es el obseso de la alimentación, no sé si ortoréxico o simplemente tonto. Es, incluso, peor que los del 'pero', porque es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Puede convertir algo en principio tan placentero como una buena comida en un auténtico calvario: "tú no sabes lo que te estás metiendo en el cuerpo", dicen con cara de espanto. En cuanto se descuide usted le sacará la famosa y estúpida pirámide alimentaria, le hablará de colesteroles y uratos... Les dirá que más verduras y menos carnes, que... Son apóstoles del ayuno, enemigos de todo lo que pueda significar placer en la mesa. Huyan de ellos, y condénenles a comer -bueno: ellos no comen, se alimentan- en la más absoluta de las soledades.
Parecido al anterior, y no sé cuál será peor, es el hipocondríaco de la comida, el que yo llamo 'gastrocondríaco'. Este es capaz de amargarle la comida el mejor intencionado, al tipo más paciente. Primero le detallará los lamentables efectos que sobre su organismo -suyo de él- tiene lo que está usted comiendo, y mostrará su extrañeza de que a usted pueda sentarle bien. Por supuesto, le detallará todos los problemas que, inevitablemente, van a causarle a usted, a corto o medio plazo, esas cosas tan ricas que está usted comiendo.
Le amenazará con plagas peores que las bíblicas, que describirá con pelos y señales, contándole lo que ocurre cuando se retienen líquidos, lo que duele un ataque agudo de gota... Luego suele volver a sí mismo, para, aun reconociendo a regañadientes que lo que ha comido estaba muy bueno, jurará que no vale la pena porque sabe muy bien las horribles consecuencias que sobre su organismo -suyo de él- tendrán esos alimentos; sabe que va a pasar una noche toledana, que mañana va a estar fatal... De verdad: mándenlo a Urgencias, pero no vuelvan a comer con él.
Hay más aguafiestas, pero éstos son muy clásicos. Comer con ellos nunca es un placer, y sólo cabe el recurso de aislarse mentalmente y procurar no escucharles, ya saben, por aquí me entra y por allí me sale... sin que se den mucha cuenta, claro. Estos elementos, en la mesa, viven de la educación ajena, que impide al prójimo ponerles de patitas en la calle o, simplemente, levantarse y dejarlos solos. Lo dicho: evítenlos cuidadosamente, si quieren disfrutar de la mesa.-